
Corrían los años 60 en Artenara (Gran Canaria). Es de noche y un hombre espera sentado que pase el camión que le lleva a su trabajo cada día. El hombre pertenece a una familia conocida en la zona por no estar del todo bien de la cabeza. Cuentan que eran hijos de hermanos, de padres e hijas… toda clase de incestos que marcan, según los que los conocieron, la forma de ser de sus miembros. El camión del trabajo pasa al alba, pero desde que anochece el pobre hombre se sienta a esperar su sino diario. Teme que pase el camión y no se entere, aunque está previsto que toque la pita para avisar a los trabajadores. Un día, un buen hombre le invita a dormir en su casa, so promesa de que él le avisará cuando llegue el transporte laboral. Lo cierto es que el pobre trabajador se despertó en medio de la noche y le entró el terror a que se le escapara el camión. Salió a esperarlo, exasperado en plena madrugada, y nunca más volvió a dormir en una cama. Mientras le duró el trabajo, pasaba el vehículo. Luego, por la costumbre, esperaba cada día un camión que no pasaría.
Poco tiene que ver esta historia con lo que quiero contar, pero ustedes entenderán la metáfora. En Canarias hay hechos objetivos para cabrearse por el trato del Gobierno del Estado. El último motivo para la indignación fue el hundimiento del Oleg Naydenov a 24 kilómetros al sur de Maspalomas y la llegada presumiblemente de este fuel a la Playa de Veneguera, a falta de los análisis que lo determinen de manera concluyente. La falta de medios para apagar el incendio del pesquero, la decisión de retirar el barco fuera del Puerto de la Luz y de Las Palmas y la pésima respuesta ante el hundimiento, tiene muy mosqueada a la opinión pública canaria, indefensa ante este tipo de sucesos. Por parte de Salvamento Marítimo, Capitanía Marítima y el Ministerio de Fomento, la improvisación e incapacidad ha sido notoria. La Delegada del Gobierno en Canarias, María del Carmen Hernández Bento, minimizó desde el principio el impacto de este hundimiento y el Ministerio del Interior activó el nivel 0 de emergencia, el más bajo. Ayer tuvo que elevarlo al 2, ya que el vertido ha llegado a la zona marítima de la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria, situada en torno a la Playa de Veneguera. La chapuza ha llegado a tal punto que Ben Magec tiene previsto denunciar el caso y Greenpeace ha criticado la falta de medios. Según Juande Fernández, portavoz de los ecologistas, los medios utilizados son comparables a «darle a un niño una cuchara para que vacíe una piscina». Mientras, Fomento no quiere testigos y ha prohibido sobrevolar la zona del vertido. La excusa es reservar la zona aérea exclusivamente a labores de Salvamento Marítimo.
Pero ya estamos curtidos en estas cosas. Si hay un vertido de uno de los 1.500 barcos que pasan por Canarias, 20 toneladas llegan a la costa mientras Capitanía Marítima critica la forma de limpieza de los voluntarios, como en Playa de Cabrón. Ahora volvemos a vivir algo similar en la costa suroeste de la isla. Los hidroaviones tenemos que pedirlos a Marruecos si ocurre un incendio, como sucedió en La Gomera. Todo ello con los pocos sucesos que acontecen en las zonas recreativas y de acampada, dadas las circunstancias en las que se encuentran. En muchos momentos del verano se duplica, o incluso triplica, la capacidad de los campamentos. La saturación de muchos de estos lugares contrastan con la presencia, en muchas ocasiones, de un solo vigilante de Medio Ambiente. Está ocurriendo en Gran Canaria, y en días de más de 30ºC, es muy difícil controlar a todas esas personas.
Les soy sincero. A pesar de los párrafos anteriores, ya me cansé de escuchar lamentos. Nos preguntamos cómo es posible que un barco de pesca ilegal tenga como puerto base el de Las Palmas, por qué no se apagó con las medidas oportunas el incendio, por qué se alejó el barco del Puerto en esas condiciones, cómo es posible que se hunda cerca de una zona tan turística y con el interés natural que tiene Maspalomas, por qué se usan tan pocos medios, por qué motivo se minimiza siempre la importancia de las cosas que pasan en nuestro mar, cómo puede ser que llegue a la costa, ante nuestra impotencia, y como no, un clásico, por qué ese mar no lo controlamos nosotros, los afectados. Nos cuestionamos por qué no hay base de hidroaviones en Canarias o cómo es posible que, con permisos de por medio, se supere la capacidad de los campamentos, con el peligro que ello supone. Mucho lloriqueo para más de 20 años de gobierno nacionalista, que, como eslogan electoral, bien que lo recalcan. Pero ese nacionalismo, a tenor de lo que nosotros gestionamos y las cosas que aquí pasan, es solo eso, lloriqueo. Lucha por «carreteritas» que diría Arzalluz, y no fomento de herramientas propias para gestionar nosotros mismos las cosas que nos afectan. Si al Estado no le importa, no tiene interés o no cuenta con los medios para proteger nuestro medio ambiente, deberíamos crear nosotros las herramientas para garantizarlo. Menos lamentos y más defendernos nosotros mismos. No podemos esperar eternamente un camión que no llega…