
La memoria colectiva es el campo de juego preferido de los Estados y de la historiografía al servicio del poder. Actuar sobre lo que creemos saber y lo que creemos recordar es la simiente sobre la que luego germinará la ignorantación y la aculturación a la que se intenta encauzar a los ciudadanos más desprevenidos. Nuestros recuerdos colectivos no suelen ser más que un conjunto de imágenes mentales que sólo se mantienen frescas en la medida en que la televisión -principalmente, pero también filmotecas o instituciones culturales- repite machaconamente los lugares comunes que de forma audiovisual o gráfica ayudan a crear esa ilusión de pasado común, que tanto vale para acontecimientos vividos y cercanos en el tiempo como para lejanas historias que se pierden en la noche de los tiempos.
¿Qué estaba haciendo usted cuando el golpe de Estado del 23-F? ¿Recuerda los años de la movida madrileña? ¿En qué lugar se enteró del atentado a las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001? Probablemente de todos estos momentos históricos tengan ustedes un recuerdo, aún cuando no hayan vivido la época o siquiera hayan estado cerca del acontecimiento en cuestión. Sin embargo, si les preguntáramos: ¿Cómo se sintió al saber de los asesinatos del Cruz del Mar? ¿Recuerda el entierro de Javier Fernández Quesada? En este caso, sólo tendrán memoria los que estuvieron presentes en tales sucesos históricos y los que hayan sido víctimas o partícipes indirectos de los mismos. Así pues, la memoria histórica canaria no podría ser vinculada a imágenes concretas y en muchos casos ni siquiera verbalizada, límite radical de la desmemoria de un pueblo.
No recordamos de forma individual, y ni siquiera estos recuerdos tienen que ver con las consecuencias de lo recordado, o con los traumas producidos. El recordar de forma colectiva es una manera de reconstruir el pasado, de dar sentido a un discurso hegemónico, de justificar el presente y abrir camino hacia al futuro. La memoria colectiva no nos explica quiénes fuimos, sino quiénes vamos a ser. Y por eso es tan importante una selección rigurosa de lo que debemos recordar del pasado. Como en el poema «Identidad» de Francisco Tarajano, no es lo inmediato y próximo lo aprendido y recordado, sino lo lejano y simbólicamente superior, es decir, lo explicativo y justificador del futuro. Y por esto, la memoria colectiva -y no es casual- soslaya con tanta frecuencia las historias de los desheredados, los subalternos y los marginados. No son ellos quienes han de marcar el rumbo del futuro, y sí los voceros de los grupos de poder: los medios audiovisuales y de información.
Pero esto no tiene tanto que ver con la manipulación histórica como con la selección parcial de la realidad. No es tan sencillo, y nada tiene que ver con la sentencia goebbeliana de repetir mil veces una mentira para lograr que ésta sea verdad. Ya nos advirtió el intelectual jamaicano Stuart Hall que ni los mensajes mediáticos son codificados bajo un único modelo, ni mucho menos que la decodificación que hacemos los receptores es llevada a cabo de forma homogénea. Pero a pesar de ello, aunque cada persona digiere de manera distinta los contenidos audiovisuales que consume, es innegable que el campo de conocimiento de un ciudadano está altamente condicionado por los productos culturales a los que se expone, y no por otros.
Lo que aquí expongo puede parecer una obviedad para muchos, y hasta resultar trivial, pero lo cierto es que un pueblo desmemoriado es, en potencia, un pueblo vulnerable y susceptible de ser manipulado y sometido a voluntades particulares, desplazando el interés general y dejando a los ciudadanos en un estado de amnesia colectiva que los somete a las más arbitrarias decisiones. Y si no, que le pregunten a las víctimas del accidente del metro de la ciudad española de Valencia, quienes gracias a un reciente reportaje del programa «Salvados» han logrado volver a un estado de visibilidad pública que les permite recuperar el apoyo de todos aquellos ciudadanos a quienes les había sido borrado el recuerdo de tan fatídico suceso. Sólo a través de un proceso de reconstrucción de la memoria colectiva se ha podido encender la chispa que active toda una serie de mecanismos de participación ciudadana y toma de conciencia.
Pues bien, ¿qué tiene que ver todo esto con Canarias y con la visión histórica con la que empezábamos este artículo? A través de la web GuinGuinBali leo una entrevista de la periodista Beatriz Leal con el actor haitiano Jimmy Jean-Louis, protagonista del film Toussanint Louverture, basado en la vida del líder independentista y anti-esclavista caribeño. En la entrevista se abordan muchos temas, pero atraviesa todo el diálogo la idea del cine como reconstructor nacional y la urgencia «de las “contra-narrativas” en oposición a las que los medios de comunicación generales nos ofrecen por activa y por pasiva». Narrativas que han de contrarrestar el peso dominante que ocupan en la construcción de una memoria colectiva los grupos de poder de las industrias culturales. Dice Jimmy Jean-Louis del caso haitiano -país culturalmente muy débil y dependiente de Francia- que «estamos dentro de un proceso complejo que tomará mucho tiempo, y cada una de estas películas constituye un paso adelante para conseguir la liberación y autonomía real de nuestro pueblo. Nuestra misión: abrir los ojos de la gente.»
En definitiva, una creación cultural autocentrada que permita que desde las mal llamadas «periferias» se puedan completar las memorias históricas propias y así retratar la «complejidad y características especiales de su cultura y sus habitantes.» Y hablamos en plural, de memorias, siguiendo a Francisco Javier González, porque creemos con él que los pueblos tienen más de una memoria colectiva, y que sólo desde el completo ensamblaje de todos los recuerdos comunes podrá nacer la verdadera identidad de un pueblo. De lo contrario los pueblos desmemoriados seguiremos viviendo bajo una historia colectiva que hipertrofia determinadas posiciones o visiones del mundo y reduce y margina otras. Un falso enciclopedismo que en vez de ampliarnos horizontes nos marca servilmente el camino intelectual a recorrer.
De eso sabe mucho la América colonial, y de ahí la importancia del testimonio y trabajo de Jimmy Jean-Louis. Desde que directores como los cubanos Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa comenzaran su labor en el llamado Cine imperfecto en los años 60, piedra angular del posterior Nuevo cine latinoamericano, las antiguas naciones coloniales en América, tanto las de habla española, como las de habla portuguesa o francesa, no han hecho más que reconducir a través de sus cinematografías nacionales su particular memoria histórica, derribando viejos mitos o construyendo otros nuevos más ajustados a su realidad post-colonial.
Esa es la labor que tenemos los pueblos desmemoriados que recorrer, permitir que el mundo amplíe su memoria histórica universal hacia una memoria multiversal, donde más voces tengan cabida, y donde cada realidad cultural ajuste sus representaciones a su visión particular y su devenir específico. Hay pueblos con Historia y con memoria, que avanzan con orgullo y con rumbo claro hacia el futuro, y pueblos sólo con Historia, que vagan por los tiempos sin memoria, partiendo de cero en cada nuevo amanecer, teniendo que buscar para cada ocasión una justificación para comprender el porqué de su presente y su futuro. Y es que, como decía el escritor Víctor Ramírez, «mientras más recuerdes fidedignamente de ti mismo, mientras más verazmente te conozcas, más seguridad vital y más recursos creadores poseerás para encarar el presente y programar el futuro.»
Tráiler de la película «Toussaint Louverture»