Las múltiples iniciativas legislativas populares que han sido rechazadas o desvirtuadas por un Parlamento de Canarias en manos de una fuerza autodenominada como nacionalista constituyen un serio obstáculo a este propósito. La injusta ley electoral de la que dicho Parlamento emana, también lo es. El que el proyecto independentista actual de mayor proyección pública base su estrategia en una resolución de cuestionable aplicación al caso canario por parte de una institución tan poco democrática como Naciones Unidas, antes que en una decisión soberana del cuerpo democrático canario, tampoco ayuda. Se habla en nombre de los canarios, del pueblo canario, pero pocos parecen dispuestos a trabajar para crear las condiciones en que éstos se pronuncien sin trampas legales ni artificios a la medida, puesto que en el fondo se teme un estado de cosas así, donde por ejemplo, la sociedad nos lleve la contraria. Mejor distraernos con ejercicios de ficción política que dedicarnos a construir la democracia canaria.
Sin embargo, la prioridad debe ser justa la contraria. Es precisamente el déficit democrático instalado en Canarias, del cual participa todo el establishment político canario incluyendo a los partidos monárquicos PSOE y PP, el que permite que buena parte de las decisiones que nos afectan se tomen en centros de poder ajenos a las islas con nula participación de la sociedad civil canaria ni sus representantes políticos. Otras veces, la participación de estos últimos se ha ceñido al chalaneo de intereses partidistas, muy especialmente de Coalición Canaria, que ha identificado su suerte electoral con la mayor o menor suerte de Canarias en sus relaciones con el Estado español. Han acabado, ante la pasividad de la sociedad civil, arrogándose la representación de Canarias ante el Estado español, no para defender un proyecto de país, sino para mantener un status quo en el que las burguesías insulares, especialmente la tinerfeña, perpetúan mecanismos de dominación y control político, eso sí, ahora tamizados por una visión de la cultura y la identidad canarias adormecedora, inocua. Se abre paso así, no sin razón, la percepción de que el nacionalismo, especialmente el instalado en el poder, ha utilizado los debates sobre la cultura y la identidad como anestésico social, ocultando toda potencialidad emancipadora de los mismos.