En Maracay me despido del grupo e inicio la última etapa del viaje solo. Antes de subirme a la guagua me pasan el control anti-metales y una empleada de la compañía toma un video con las caras de todos los pasajeros. Detrás de mí, una señora habla por el móvil y cuenta cómo al hijo de no sé quién lo secuestraron, pero ya lo soltaron. No sabe si pagaron, dice. Es la primera vez que me tropiezo, aunque de perfil, con el asunto de la violencia. Reitero que en todo momento estuve muy seguro. Paso por San Juan de los Morros; los paisajes son impresionantes. Caracas me recibe con su bullicio habitual del que sólo me salva su metro, limpio y seguro. En el vagón, los trabajadores de una empresa pública celebran la elección de Miss Venezuela como Miss Universo y, como dicen, con un traje “rojito, rojito”. Al otro lado me espera mi anfitrión, Ignacio Hernández, músico popular, amigo de sus amigos, bolivariano convencido y fanático de Alí Primera, sobre todas las cosas. Me regala mucha música popular venezolana. Las primeras horas transcurren compartiendo con los amigos de El Amparo, en pleno Catia, barrio popular donde los haya, donde se confunden el cuatro y el timple. El resto del tiempo lo paso conociendo músicos, luthiers, buena gente,… en el taller de Rafael, un lugar casi mágico donde la gente se reúne a parrandear, conversar, beber cerveza y cultivar la amistad. Allí conozco a unos chicos del Ensemble Zuhe. Me cuentan que no hace mucho tocaron con la rondalla de un centro canario; les encantan las folías. Son jóvenes promesas de la música venezolana y ahí se arma un debate, el eterno debate sobre tradición y modernidad.
Aprovecho para ir recapitulando, aunque sé que aún andaré mucho tiempo procesando tantas ideas y tantas sensaciones. Acumulo sensaciones contradictorias, sin ocultar que mi impresión general es muy positiva. En un vagón del metro un cartel me dice que “El presidente Chávez es más que amor, frenesí”, haciéndose eco de una popular telenovela. Alguien recortó su cara con un cuter. Pienso que todo lo que he visto no se puede explicar exclusivamente por el empuje de una sola persona, que la izquierda es tan dada a elevar a los altares a sus propios santones,… Que la izquierda ha sido experta históricamente en mirar a otro lado, en tener dos varas de medir,… Los medios de comunicación pro gubernamentales insisten en la campaña contra la utilización de las bases colombianas por parte del ejército de los Estados Unidos. Sin embargo, cuando el asunto de los bombarderos rusos en Cuba en 2008, Fidel salió diciendo aquello de “no hay que darles explicaciones ni pedir excusas o perdón”. Y Chávez declaró, “yo voy a manejar uno de esos bichos”. Algo que para la estabilidad de la región debe ser muy bueno, por lo visto, casi tanto como los gringos en Colombia ¿Haz como yo digo no como yo hago? Sin embargo, también me pregunto la importancia real de todo esto ante indicadores tan rotundos como el del índice de pobreza extrema, que en 1996 estaba en un 42’5% y en el 2007 era del 9’5%. ¿Qué pesa más? ¿Qué debiera importarnos más si al final un proceso histórico, una revolución, es también una obra humana y por tanto imperfecta? ¿Qué grado de imperfección es legítimo y conveniente asumir? ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades? ¿Hasta dónde sabemos? Cada quien debe responder a esta pregunta. A mi juicio, los venezolanos llevan haciéndolo desde hace once años. Fin de viaje.