Visitamos el Frente Francisco de Miranda. Nos introduce Mary Pinto, una de nuestras anfitrionas, entrañable, toda hospitalidad,… El Frente se creó en el 2003 como una organización juvenil, aunque ahora es ya una organización intergeneracional. Es el núcleo duro de la revolución, una especie de ejército civil que maneja un vocabulario militar (escuadra, batallón, luchadores, puesto de mando, tropas,…) que a mí no me seduce especialmente pero que se dedica fundamentalmente al trabajo voluntario y social. El único requisito para ser miembro es el de saber leer, algo no demasiado difícil puesto que el analfabetismo está erradicado en Venezuela oficialmente desde el 28 de octubre de 2005, (0’1 %). Se encarga de ello la Misión Robinson, que hasta el 2007 había alfabetizado a 1.568.746 personas. En el Frente coexisten, según pude observar, el lenguaje y la estética dura de las organizaciones revolucionarias, con un algo de grupo de activistas humanistas, solidarios, casi de nuevo cuño. Sé que lo que digo puede resultar contradictorio pero fue una sensación creo que compartida, en un espacio donde lo mismo se daban gritos a Chávez que se hacían dinámicas de grupos (“la silla humana”) como las de cualquier grupo juvenil católico o scout. Vinculados orgánicamente al P.S.U.V., entre otras cosas, se dedican al activismo constante en sus comunidades, identificando las necesidades (si por ejemplo a alguna persona con discapacidad le hace falta alguna ayuda) y las potencialidades (trabajo a desarrollar por las misiones). Agradecidos por la visita, nos regalan camisetas, revistas y un volumen de Los Miserables.
Siento que he hablado demasiado poco de las misiones y sin embargo constituyen un elemento importantísimo para comprender la Venezuela de hoy. Como seguramente muchos sabrán, a raíz del golpe de Estado de 2002, Chávez decide da un giro de tuerca a su política y pasa del coqueteo con la tercera vía europea a construir un socialismo democrático que tiene más que ver con Allende que con Castro, en realidad. Es ahí cuando se empiezan a implementar las misiones, como programas específicos de intervención en el seno de la sociedad para atacar sus necesidades y deficiencias. Hay muchísimas y cada una se dedica a una cuestión particular. La más conocida y de la que ya he hablado es, por supuesto, la Misión Barrio Adentro (I, II y III) y que ha extendido los beneficios de la sanidad pública en Venezuela, donde la sanidad privada se enseñoreaba sin que nadie le tosiera, nunca mejor dicho. Sin embargo, hay más: Misión Madres del Barrio, Misión Robinson, Misión Milagro, Misión Manuela Sáenz, Misión La Negra Hipólita, Misión Dr. José Gregorio Hernández, Misión Ribas, Misión Sucre, Misión Che Guevara, Misión Semilla, Misión Árbol, Misión Hábitat, Misión Mercal, Misión Guaicaipuro, Misión Vuelta al Campo,… Es imposible concebir los cambios actuales en el país sin el trabajo de tanta gente vinculada a estas misiones.
Y, así, conocimos las Casas de Alimentación, unos espacios dedicados a garantizar la comida de aquellas personas que no poseen recursos y que se nutre de la Misión Mercal. Generalmente, se constituye algo parecido a una cooperativa en una casa de familia, que se compromete a dar la comida a un número de personas cuyo nivel de necesidad ha sido previamente evaluado por asistentes sociales. La idea es que, con el tiempo, estas Casas vayan transformándose en proyectos productivos en sí mismas, por ejemplo, una panadería. Las personas vinculadas a estas Casas de Alimentación lo hacen de manera voluntaria aunque reciben una beca de 372 bolívares. Éste es el día a día de Venezuela, con sus límites y contradicciones, un país bien diferente al de las misses y las novelas, pero al que vale muchísimo la pena acercarse. Descubrirán que el país está en marcha, tomando las riendas de su destino y que, como todos, debe correr el riesgo de acertar y garantizar su derecho a equivocarse. Próxima parada: El Calabozo, en Estado Guárico. Se acerca el fin del viaje.